PRINCIPIO
1:
El
derecho a la igualdad, sin distinción de raza, religión o
nacionalidad.
Cuento:
" Las mondas de la luna "
Gustavo
Martín Garzo.
En
aquel país, al llegar la primavera, las mujeres ponían un huevo,
blanco, perfecto, de tacto aterciopelado, y se sentaban a esperar
que el niño naciera.
Era
tan hermoso ese huevo que ellas todo el tiempo lo tenían que tener
en las manos. Dormían con ellos, y al apagar la luz oían un canto
misterioso que no sabían de dónde venía, ni si era en sus sueños
donde lo escuchaban.
Tenían
aquellos huevos con ellas durante tres lunas. Al llegar la tercera,
los llevaban al bosque en una ceremonia muy bonita, en que se
adornaban con flores y se acompañaban con bonitos cantos.
Entonces,
dejaban los huevos en un claro y regresaban a sus casas, pues
aquellos niños necesitaban el secreto para nacer.
Esperaban
entonces una luna más, y cuando regresaban, los niños ya habían
nacido. El claro del bosque estaba lleno de los cascarones vacíos,
que a la luz de la luna tenían una blancura inmaculada.
Las
mondas de la luna, llamaban a aquellos cascarones.
Entonces
se quedaban muy quietas esperando.
Se
oía en ese momento un canto, y otro más, y otro, que venían de
todos los rincones del bosque. Eran los cantos de los niños que
iban al encuentro de sus madres. Unos tenían escamas; otros, aletas
y cola; otros, plumas como las de los pájaros, pues durante el
tiempo que habían estado en el bosque, habían tomado las
cualidades de los animales que había en ese lugar.
Y
las madres enseguida identificaban a sus niños por su forma de
cantar, ya que ese canto era el mismo que habían escuchado en sus
sueños, cuando aún estaban dentro de sus
huevos
y ellas los tenían por la noche en sus camas.
Y
cada una se llevaba al suyo sin importarle cómo era. Empezaba
entonces aquel mundo de caricias, besos y desvelos que era la
crianza de los niños. Y poco a poco estos iban
perdiendo
escamas, plumas y crestas para transformarse en seres humanos.
No
quiere decir esto que se volvieran iguales, pues cada uno conservaba
en su carácter las cualidades del animal que le había acompañado
en el bosque. De forma que si uno había vivido con un ratón, era
un niño muy revoltoso; si otro con un gato, tenía los ojos
rasgados; si una niña estuvo con un
mirlo,
su voz era muy hermosa, y su piel negra, y si había sido un pez el
que se había cuidado de una niña más, esta todo el
tiempo
quería estar en el agua y movía sus manos y pies como si fueran
aletas y cola.
No
había un mundo donde los niños fueran a la vez tan distintos e
iguales como aquel. Distintos, porque en el bosque cada criatura
tiene una apariencia diferente y su propia
manera
de ser; iguales, porque los cantos con que habían llamado a sus
madres se parecían entre sí como los huevos de los que habían
nacido. Y todos tenían el mismo corazón.
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